Las dos investiduras de Moisés -Egipto y Madián-

 Es muy raro en la lucha ascendente de la raza humana cuando la vida de alguien brilla a través del horizonte de la historia con tanto esplendor que su poder para hacer el bien permanece sin opacarse 3,450 después, Tal es la vida de Moisés.

Hasta donde podemos determinar, Moisés más o menos acepto su rol como príncipe de Egipto hasta cerca de la edad de cuarenta. De hecho, las escrituras dicen: “Cuando hubo cumplido la edad de cuarenta años, le vino al corazón el visitar a sus hermanos los hijos de Israel” (Hechos 7: 23)

Sus intereses y capacidades fueron casi enciclopédicos. Su carrera envolvió diferentes funciones.

Moisés, el hijo de la princesa real, hermana del faraón, nos lo podemos imaginar ante todo como hijo del templo, porque se había criado entre sus columnas. Debe haber participado en las procesiones sacerdotales de las grandes fiestas. Luego, en el interior del templo, serio y atento, prestando oído a los himnos y a las enseñanzas de los sacerdotes.

Por otra parte, mientras tanto su madre, la princesa real, soñaba para su hijo el trono de los faraones. El heredero verdadero al trono podía esperar una usurpación con el apoyo del sacerdocio. Los faraones, si bien es cierto, designaban sus sucesores entre sus hijos. Pero algunas veces los sacerdotes anulaban la decisión del faraón des pues de su muerte, en interés del Estado.

Más de una vez separaron del trono a los indignos y a los débiles para dar el cetro a un iniciado real, y Moisés era un investido real. Hemos de suponer que Moisés no era ajeno a tal posibilidad.

Moisés poseedor de los misterios de egipcios.

Es claro que  Moisés como parte de la familia real egipcia conocía los misterios egipcios, a cuyo saber se llegaba por el camino de la iniciación… Como miembro principal de la corte del faraón, Moisés también debió ser instruido en la leyenda de Seqenenre Tao y su valiente sacrificio. Moisés debió estar familiarizado con los secretos de resurrección en vida y la coronación del rey. Conocimiento cuya sola posesión era un sello de realeza.

Moisés era de sangre real, en la línea de sucesión al faraonato. Debió haber aspirado en lo íntimo a el. Pero Moisés no sería una Faraón, Su patria estaba lejos de allí… sino Allá… en el desierto. Tal vez él no lo sabía. Posiblemente su espíritu lo intuía y esperaba la guía de la Divinidad.

Moisés atravesó triunfalmente la iniciación de la investidura egipcia. Con voluntad de hierro, las pruebas no hicieron menoscabo en él. Desplego una fuerza de gigante en la inteligencia y el manejo del simbolismo y sus aplicaciones. De allá arriba tranquila y seguramente, penetraba, dominaba todo sin manifestar ni deseo, ni rebeldía, ni curiosidad.

Tanto para sus maestros como para su madre, Moisés era un enigma… se sentía que no podrían ni desviarle.

En la pared del templo de Rameses II en Abydos se muestra una pintura que muestra a los sacerdotes que llevan un arca de oro. ¿Qué contenía esta arca de oro de los egipcios que precedía al sumo sacerdote en las grandes ceremonias? Podemos imaginar que contenía los libros (¡tal vez diez!!) más secretos del templo, que tratarían de magia y de teúrgia, -es decir los medios por los que se creía se entraba en conocimiento con los dioses y se ejercía influencia sobre ellos-  Si, Moisés con fuerza y conocimiento, no deseaba otra cosa, sino que nada más que eso.

Mientras tanto Moisés esperaba que el Espíritu viviente le hablara, en tanto, obedecía y esperaba. Atento, concentrado, con mirada de profundidad inquietante, sin duda registro el conocimiento recibido, -aun la historia del faraón perdido-, ciencia, toda la cual ulteriormente llevaría consigo.

Moisés en Gosen.

Posiblemente ligada a su posición estaba también la función de inspector de las diferentes provincias de Egipto. Como todos los fuertes designados para una grande obra, Moisés no se creía sometido a un destino ciego; probablemente él sentía que una Providencia misteriosa velaba sobre él y le conduciría a sus fines.

Mientras era escriba sagrado, Moisés fue enviado a inspeccionar el delta del Nilo. Allí habitaban en el Valle de Gosen, los hebreos, sometidos a trabajos duros. Los hijos de Israel estaban encargados de las labores más pesadas, sobre todo eran constructores de ladrillos.

Moisés mata al egipcio.

Los hebreos independientes y orgullosos, no se doblegaban tan fácilmente bajo la vara de los guardias egipcios, sino que sufrían la servidumbre a regañadientes y a veces devolvían el golpe.

Moisés no pudo por lo menos, sino sentir una secreta simpatía hacia aquellos intratable “de dura cerviz”, cuyos ancianos, fieles a la tradición adoraban sencillamente al Dios único, pero se rebelaban bajo el yugo y protestaban contra la injusticia. Un día vio a un guardia egipcio apalear bárbaramente a un hebreo indefenso. Su corazón se sublevo, se lanzó sobre el egipcio, le quito su arma y le mato en el acto. Esa acción, cometida en un hervor de indignación generosa, decidió su vida.

Moisés huye a Madían.

Los sacerdotes de Osiris que cometían un homicidio eran severamente juzgados por el grupo de sumos sacerdotes. El Faraon sospechaba ya del hijo de su hermana, como un posible usurpador. La vida de Moisés sólo pendía de un hilo.

El prefirió desterrarse e imponerse el mismo su expiación. Todo le lanzaba a la soledad del desierto, hacia el vasto desconocido: el presentimiento de su misión y sobretodo esa voz interna, misteriosa, pero irresistible, que dice en ciertas horas: “¡Ve!”, es tu destino.

Más allá del mar rojo y de la península del Sinaí, en el país de Madían, había un templo-montaña, o en otras palabras, una montaña a modo de templo, que no dependía del sacerdocio egipcio. Enclavado entre el desierto y el mar rojo, protegido por la montaña sagrada, aquel país aislado se hallaba protegido de las invasiones. Su templo-montaña estaba consagrado a un Dios soberano bajo el nombre de Yave o Jehova.

Aquel santuario, servía de centro religioso a árabes, semitas y “a los hombres de raza negra que buscaban la iniciación”. Hacía siglos ya que la península del Sinaí y su monte, eran así como el centro místico de un culto monoteísta. La grandeza desnuda y salvaje de la montaña, elevándose aislada del Egipto, evocaba la idea del Dios único.  Muchos semitas iban allí en peregrinación para adorar a Yave o Jehová y residían allí durante algunos días ayunando y orando en las cavernas y las galerías excavadas en las faldas del Sinaí. Iban a Madián a purificarse, instruirse, investirse.

Allí fue donde se refugió Moisés. El gran sacerdote de Madián o Raguel (vigilante de Dios) se llamaba entonces Jetro (Exodo 3.1) quien era un hombre de piel negra. Más adelante (Números 12: 1) podemos ver que Aaron y María, hermano y hermana de Moisés, le reprochan el haberse casado con una mujer cusita o etíope, es decir de piel negra. Por consiguiente, Jetro, padre de Sefora, era pues de piel negra. Ahí, tenemos a un sujeto de piel negra, ordenando al sacerdocio e invistiendo al gran Moisés, ulterior libertador y legislador de los hebreos.

Moisés y Jetro -sacerdote de Madián-

Jetro pertenecía al tipo más puro de la antigua raza etiópica –negra y se había mudado a Madián, sus antepasados se remontaban a los más viejas razas del globo. Jetro no era inspirado ni un hombre de acción; pero era un sabio, poseedor del más antiguo conocimiento otorgado a Adán, y había sido dotado con todas las dignidades sacerdotales y la autoridad para trasmitirlas a quien fuera digno. Además era un protector de los hombres del desierto.

Jetro poseía en su memoria el tesoro de la iniciación primordial de los antiguos patriarcas hasta Adán, con sus ordenanzas y ritos. Esos eternos errabundos siempre los mismos, con su vaga aspiración al Dios único, representaban algo inmutable en medio de los cultos de civilizaciones efímeras. Se sentía en ellos como la presencia de lo eterno, el memorial de las edades lejanas, la gran reserva de Yave o Jehová. Jetro era el padre espiritual de aquellos insumisos, de aquellos errabundos, de aquellos libres. Jetro conocía su alma y presentía su destino. Cuando Moisés vino a pedirle asilo, le recibió con los brazos abiertos. Quizás adivino en seguida en aquel hombre fugitivo, el pre-ordenado para ser el profeta de los proscritos, el conductor del pueblo de Dios.

Moisés quiso apenas llegado a Madián, someterse a las expiaciones que la ley de los iniciados imponía a los homicidas. Cuando un sacerdote de Egipto, causaba una muerte, aun involuntaria, se considerada que perdía el beneficio de su “resurrección anticipada” en la luz de Osiris. Privilegio que había obtenido por las pruebas de iniciación y que le ponía muy por encima del común de los hombres. Para expiar su crimen, para volver a encontrar su luz interna, tenía que someterse a pruebas más crueles, exponerse otra vez más a la muerte.

Ayunos, brebajes que sumergían al paciente en un sueño letárgico, quizás de días, a veces de semanas enteras. Durante ese tiempo se consideraba que se hacía un viaje en el más allá… donde flotan las almas de los muertos… Allá tenía que buscar a su víctima, sufrir sus angustias, obtener su perdón y ayudarla a encontrar el camino de la luz. Entonces se le consideraba como expiado su homicidio. Pero de aquel viaje, real o imaginario, el culpable podía muy bien no volver, y con frecuencia cuando se le iba a despertar al expiador de su sueño letárgico, no encontraban más que un cadáver.

Moisés no dudó en sufrir esta prueba y otras más. Bajo la impresión del homicidio que había cometido, comprendió el carácter inmutable de ciertas leyes del orden moral y la perturbación profunda que si infracción deja en el fondo de la conciencia. Con entera abnegación ofreció, pues, su ser demandando la fuerza, si volvía a la luz terrestre, de manifestar la ley de la justicia. Cuando Moisés salió del terrible sueño en las oscuras galerías de las montañas de Madián, se sintió como transformado.

Luego de esta profunda experiencia, Jetro tomo a Moisés y lo introdujo en las bases del conocimiento celestial: el evangelio primigenio. Luego el Señor mismo fue el instructor de la educación religiosa de Moisés. A través de estas experiencias, mirando la montaña sagrada y la inmensidad del desierto con sus nómadas errantes, la idea de su misión paso ante sus ojos. Fundir aquellas tribus movedizas, y otras cautivas en delta del Nilo en un pueblo de combate que representaría la ley del Dios supremo entre la idolatría de los cultos y la anarquía de las naciones, un pueblo que llevaría a los siglos futuros la verdad encerrada en el arca de oro. En aquel día Moisés adquirió  un significado más profundo de su nombre: “El salvado”.  Su pasado se había esfumado, el Egipto había cesado de ser su patria

En consecuencia: cómo podemos ver, el gran libertador y legislador del antiguo Israel, reunía en su persona dos ciencias, con sus respectivas ordenanzas y sus pertinentes ceremonias. Empero, todo parece indicar que este último conocimiento, recibido de Jetro y el Señor mismo, con sus correspondientes ceremoniales, aparentemente término con él.

En cuanto a porque, el saber de este sumo sacerdocio, no pudo ser trasmitido, se debió a la desobediencia de las gentes de Israel a los pies de la montaña del Sinaí. Cuando al ver estos errantes sacados de Egipto,  que su libertador tardaba mucho en bajar del monte Horeb, se hicieron un ídolo de oro en forma de becerro y lo adoraron.

El celoso Dios de las tormentas del desierto al comprobar cuan pronto los israelitas, se habían olvidado de su salvación, juro en su ira que mientras estuviesen en el desierto no entrarían en su reposo. Tomo a Moisés de entre ellos y con él, el conocimiento celestial, dejando un sacerdocio menor de ordenanzas exteriores.

Conocer la sabiduría de los egipcios le permitió a Moisés entender a los hijos de Israel, un pueblo que en buena parte había asimilado también la cosmovisión egipcia del mundo… Moisés intercedió infatigablemente ante la Divinidad por ellos… Privados de la investidura de una luz mayor, Moisés registro y llevo con él, la ceremonia de entronización y elevación, para los futuros príncipes, gobernantes o ulteriores reyes de Israel (Dt 17: 14-15)

Decíamos antes, que aparentemente la segunda investidura –la recibida en Madián- con su ordenanza santa, término con él, más no fue así. Moisés vio el día en que este conocimiento sería restaurado nuevamente. Moisés profetizó acerca de ese acontecimiento: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará el SEÑOR tu Dios; a él oiréis.” (Dt 18: 15)


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