Los parametros de la doctrina mormona.

 LOS PARÁMETROS DE LA DOCTRINA MORMONA.

Por  Robert L. Millet es profesor de la historia y doctrina de la Iglesia y ex decano de Educación Religiosa en BYU.

Robert L. Millet

Robert L. Millet

En los últimos años, he tratado de ver por debajo de la superficie y entender la naturaleza de las objeciones que los del mundo religioso tienen hacia los Santos de los Últimos Días. Sin duda el crecimiento de la Iglesia representa una amenaza real para muchos, especialmente para los grupos cristianos que resienten la forma en que les “robamos sus rebaños”.

No nos hallamos en la línea de la cristiandad histórica y por lo tanto no somos ni católicos ni protestantes.

Creemos en otras escrituras además de la Biblia y en la revelación continua por medio de apóstoles y profetas.

No aceptamos los conceptos respecto de Dios, Cristo y la Deidad que emanaron de los concilios de la iglesia posteriores al Nuevo Testamento.

Todas estas cosas constituyen las razones por las que muchos protestantes y católicos nos etiquetan como no cristianos. Hemos tratado, y creo que con cierto éxito, de hablar de nosotros como “cristianos pero diferentes”. Pero hay otra razón que nos hace sospechosos que apoya una gran cantidad de la propaganda anti-mormona; a saber, lo que ellos perciben que son algunas de nuestras “doctrinas raras”, muchas de las cuales fueron enseñadas por unos pocos líderes anteriores de la Iglesia.

Permítanme ilustrar con una experiencia que tuve hace algunos meses.

Un ministro bautista estuvo en mi oficina en esa ocasión. Platicamos de muchas cosas, incluyendo de doctrina. Me dijo: “Bob, ¡ustedes creen en cosas muy extrañas! Le contesté, “¿Cómo qué?” Me dijo, “Oh, por ejemplo, ustedes creen en la expiación por sangre. Y eso afecta la insistencia de Utah en conservar la muerte por fusilamiento” Le respondí, “No, no creemos eso”. “Sí, si lo creen”, replicó de inmediato. “Conozco varias declaraciones de Brigham Young, de Heber C. Kimball y de Jedediah Grant que enseñan esas cosas”. Le dije “Estoy al tanto de esas declaraciones”. Y me di cuenta que estaba diciendo algo que no había dicho antes: “Sí, se enseñaron, pero no representan la doctrina de nuestra Iglesia. Creemos en la expiación por la sangre de Jesucristo, y nada más”. Mi amigo no se perturbó y me preguntó: “¿Qué quieres decir con que no representan la doctrina de tu Iglesia? Las mencionaron los principales líderes de la Iglesia”.

Le expliqué que dichas declaraciones se hicieron, en su mayoría, durante la época de la Reforma Mormona y que eran ejemplos de una cierta “retórica de resurgimiento” por medio de la cual los líderes de la Iglesia estaban tratando de “elevar las normas” en cuestión de obediencia y fidelidad. Le aseguré que la Iglesia, por sus propias normas canónicas, no tiene el derecho ni la facultad de tomar la vida de una persona debido a desobediencia o aún por apostasía (véase DyC 134:10). Le leí un pasaje del Libro de Mormón en el cual los profetas nefitas habían recurrido a “un extremado rigor […] recordándoles [al pueblo] continuamente la muerte, y la duración de la eternidad, y los juicios y el poder de Dios […] y mucha claridad en el habla, podría evitar que se precipitaran rápidamente a la destrucción” (Enós 1:23).

Parece que esto le satisfizo hasta cierto punto, pero entonces me dijo: “Bob, muchos de mis compañeros cristianos se han dado cuenta de lo difícil que es entender qué es lo que creen los mormones. ¡Dicen que es tanto como tratar de clavar una gelatina en la pared! ¿En qué creen ustedes? ¿Cómo deciden qué es su doctrina y qué no?” Sentí que estábamos en medio de una conversación muy importante, una que me estaba empujando hasta mis límites y que requería que pensara profundamente, más de lo que había hecho por algún tiempo. Sus preguntas eran válidas y en ninguna manera eran mal intencionadas. No tenían la intención de entrampar ni avergonzar a la Iglesia ni a mí. Simplemente, él estaba buscando información. Le dije, “Has hecho algunas preguntas excelentes. Déjame ver qué puedo hacer para contestarlas”. Le sugerí que considerara las tres ideas siguientes:

A. Las enseñanzas actuales de la Iglesia tienen más bien un enfoque, un alcance y una dirección estrechos; la doctrina central y salvadora es lo que debemos enseñar y enfatizar, no las enseñanzas superficiales o periféricas.

BCon frecuencia, lo que se cita de líderes anteriores de la Iglesia, al igual que el asunto de la expiación por sangre mencionado anteriormente, está mal citada, mal explicada o tomada fuera de contexto. Además, no todo lo que dijo o escribió un líder de la Iglesia anterior es parte de lo que enseñamos hoy. La nuestra es una constitución viviente, un árbol de la vida, una Iglesia dinámica (véase DyC 1:30). Se nos ha mandado dar oído a las palabras de los oráculos vivientes (véase DyC 90:3–5).

CPara determinar si algo es parte de la doctrina de la Iglesia, podemos preguntar: ¿Se encuentra dentro de los cuatro libros canónicos? ¿Está dentro de las declaraciones o de las proclamaciones oficiales? ¿Se ha comentado en la conferencia general o en otras reuniones oficiales por los actuales líderes generales de la Iglesia? ¿Se encuentra en los manuales generales o en los cursos de estudio aprobados actualmente? Si satisface cuando menos uno de los criterios mencionados, podemos sentirnos seguros y podemos enseñarlo apropiadamente.

Un porcentaje importante del anti-mormonismo se enfoca en las declaraciones hechas por líderes de la Iglesia anteriores que tenían que ver con enseñanzas periféricas y no esenciales. Nadie nos critica por creer en Dios, en la divinidad de Jesucristo o Su obra expiatoria, en la resurrección literal y corporal del Salvador y en la eventual resurrección de la humanidad, en el bautismo por inmersión, en el don del Espíritu Santo, en el sacramento de la Cena del Señor y cosas así. Pero se nos desafía con regularidad por las declaraciones que están en nuestra literatura en temas tales como los siguientes:

.-  La vida de Dios antes de que fuera Dios
.-  Cómo fue concebido Jesús
.-  El destino específico de los hijos de perdición
.- Las enseñanzas de que Adán es Dios
.- Detalles respecto a lo que significa llegar a ser como Dios en la otra vida
.- Que el matrimonio plural es esencial para la propia exaltación
.- Por qué, antes de 1978, se les negó el sacerdocio a los negros

.- La lealtad a los hombres llamados como profetas

A la vez que amamos las escrituras y regularmente le agradecemos a Dios por ellas, creemos que cualquiera puede sentir confianza suficiente y hasta reverencia por los escritos sagrados sin creer que cada palabra entre Génesis 1:1 y Apocalipsis 22:21 ha sido dictada por Dios o que la Biblia ahora es igual a como ha sido siempre. Realmente, el Libro de Mormón y otras escrituras testifican que verdades claras y preciosas y muchos convenios del Señor se quitaron de la Biblia o no se incluyeron en ella cuando fue compilada (véase 1 Nefi 13:20–29; Moisés 1:40–41; Artículos de Fe 1:8).

Pero pese a eso, apreciamos ese volumen sagrado y reconocemos y enseñamos las doctrinas de salvación que contiene, y procuramos alinear nuestras vidas de acuerdo con sus enseñanzas eternas.

De la misma forma, podemos sostener con todo el corazón a los profetas y apóstoles sin creer que son perfectos o que todo lo que digan o hagan es exactamente lo que Dios quiere que se diga o se haga. En breve, no creemos en la infalibilidad de los profetas o los apóstoles. Moisés cometió errores; sin embargo, le amamos y lo sostenemos y aceptamos sus escritos. Pedro cometió errores, pero le honramos y estudiamos sus palabras. Pablo cometió errores, pero admiramos su franqueza y su dedicación y atesoramos sus epístolas. Santiago escribió que “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras” (Santiago 5:17), y el Profeta José Smith enseñó que “un profeta [es] un profeta solamente cuando [obra] como tal”.

En otra ocasión, el Profeta declaró: “Les dije que yo no era sino hombre, y no debían de esperar que yo fuese perfecto; si ellos exigían la perfección en mí, yo la exigiría de ellos; pero si soportaban mis debilidades y las debilidades de los hermanos, en igual manera yo soportaría sus debilidades”.

Lorenzo Snow dijo: “Yo puedo hermanar al Presidente de la Iglesia, si es que no sabe todo lo que yo sé […] Yo vi las […] imperfecciones en [José Smith] […] Le di gracias a Dios por haberle otorgado el poder y la autoridad a un hombre con dichas imperfecciones […] pues sabía que yo mismo tenía debilidades, y pensé que había una oportunidad para mí”.

Se nos ha recordado una y otra vez que a quien Dios llama, Dios lo califica. Esto es, Dios llama a sus profetas, Él le da poder y fortalece al individuo, le da una perspectiva eterna, desata su lengua y lo prepara para que dé a conocer las verdades eternas. Pero ser llamado como un Apóstol o aún como Presidente de la Iglesia no quita al hombre de la mortalidad ni lo hace perfecto. El Presidente David O. McKay explicó que “cuando Dios hace a un profeta, no deshace al hombre”.

El Profeta José Smith declaró: “Esta mañana me presentaron a un hombre que venía del este. Después de oír mi nombre, manifestó que yo no era sino un hombre, dando a entender por sus palabras que él había supuesto que la persona a quien el Señor se dignaría revelar su voluntad debería ser más que un hombre. Parecía haberse olvidado de las palabras de Santiago, que ‘Elías era un hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros, y rogó con oración que no lloviese, y no llovió sobre la tierra en tres años y seis meses’”.

El élder Bruce R. McConkie declaró: “Con toda su inspiración y grandeza, los profetas siguen siendo hombres mortales con las imperfecciones comunes a la humanidad en general. Tienen sus opiniones y prejuicios, y en muchas instancias deben resolver sus problemas sin inspiración”.

 “Así, las opiniones y puntos de vista, aunque sean de un profeta, pueden tener errores, a menos que dichas opiniones y puntos de vista sean inspirados por el Espíritu”.

El Presidente Harold B. Lee indicó: “Ha habido ocasiones en que aún el presidente de la Iglesia ha actuado sin la inspiración del Espíritu Santo. Supongo que dirán que existe la historia clásica de Brigham Young en la época en que se acercaba el ejército de Johnston. Los Santos estaban enardecidos y el Presidente Young estaba listo para combatir. Se levantó en la sesión matutina de la conferencia general y dio un discurso vibrante en el cual desafiaba al ejército que se acercaba, y expresó su intento de combatirlos y expulsarlos. Por la tarde se levantó y dijo que Brigham Young había hablado en la mañana, pero que ahora iba a hablar el Señor. Dio entonces un discurso que era completamente opuesto al sermón de la mañana. Si eso sucedió o no, ilustra un principio: Que el Señor puede inspirar a su pueblo pero que ellos pueden en ocasiones expresar sus propias opiniones”.

En 1865 la Primera Presidencia aconsejó a los Santos de los Últimos Días lo siguiente:

No deseamos que doctrinas incorrectas e infundadas se pasen a la posteridad bajo la aprobación de grandes nombres y que sean recibidas y consideradas por las futuras generaciones como auténticas y confiables, ya que crearía trabajo y dificultades para nuestros sucesores que tendrían que contender con ellas. Los intereses de la posteridad están, hasta cierto punto, en nuestras manos. Los errores en la doctrina y en la historia, si no son corregidos por nosotros que estamos versados en los eventos, y que estamos en posición de juzgar la veracidad o falsedad de la doctrina, pueden pasar a nuestros hijos como si nosotros las hubiéramos aprobado […] Sabemos la santidad que siempre se agrega a los escritos de quienes han muerto, especialmente a los escritos de los Apóstoles, cuando ya no queda ninguno de sus contemporáneos, y sentimos, por tanto, la necesidad de ser vigilantes en estos puntos”.

El Presidente Gordon B. Hinckley declaró: “He trabajado con siete presidentes de esta Iglesia. He reconocido que todos han sido humanos, pero es algo que nunca me ha preocupado. Quizás hayan tenido algunas debilidades, pero eso nunca me ha molestado. Sé que a través de la historia el Dios de los cielos se ha valido de seres mortales para llevar a cabo sus propósitos…”.

En otra ocasión el Presidente Hinckley les pidió a los Santos que “sigamos adelante en nuestra búsqueda de la verdad, particularmente los miembros de la Iglesia que reparemos en los puntos fuertes y en la virtud y en la bondad más bien que en los puntos débiles y en los defectos de aquellos que llevaron a cabo una obra tan grandiosa en su época. Admitimos que nuestros antecesores eran humanos y que indudablemente cometieron errores […] Ha habido sólo un hombre perfecto en la tierra, en nuestro planeta. El Señor se ha valido de personas imperfectas para llevar a cabo la obra de edificar Su sociedad perfecta. Si alguno de ellos hizo algún desatino alguna vez o si tuvieron un leve defecto en su carácter, sorprende aún más que hayan logrado tanto”.

 Los profetas son hombres llamados de Dios para servir como portavoces del convenio para Sus hijos en la tierra, y, por lo tanto, no debemos tomar a la ligera lo que digan. Las primeras Autoridades Generales de esta dispensación fueron los profetas vivientes para sus contemporáneos, y mucho de lo que hoy creemos y practicamos descansa sobre el fundamento doctrinal que ellos colocaron. Pero la obra de la Restauración trae consigo la revelación gradual de la verdad divina al estilo línea por línea. Hace algunos años, mi colega Joseph McConkie les comentó a un grupo de educadores de religión:

“Tenemos la erudición  de los primeros hermanos sobre la cual construir. Tenemos la ventaja de tener historia adicional; estamos en una posición de ver algunas cosas con mayor claridad que como ellos las vieron […] Vivimos en mejores casas que en las que vivieron los antepasados pioneros […] pero esto no significa que seamos mejores o que nuestro galardón será mayor. De igual manera, nuestro entendimiento de los principios del evangelio debe estar mejor alojado, y constantemente debemos estar tratando de que así sea. No hay ningún honor en que estemos leyendo a la luz de las lámparas de aceite cuando se nos ha concedido una luz mayor.

Sí que es importante tomar nota de que al final el Señor nos tendrá por responsables por las enseñanzas, la dirección y el enfoque que nos brinden los oráculos vivientes de nuestro propio día, tanto sus comentarios basados en las escrituras canonizadas como de la escritura viviente que se nos entrega por medio de ellos mediante el poder del Espíritu Santo”(véase DyC 68:3–4).

Fuente: http://rsc.byu.edu/blogspanish/?tag=robert-millet


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